II PARTE
EL MONOLITO DEL CERRO PILÁN:
EL TEMPLO DE LO DESCONOCIDO
JOSE LUIS CARLIN RUIZ
Después de conocer la historia del monolito en el cerro Pilán, la intriga por las fotografías era cada vez mayor, ¿Que eran en realidad esas líneas que se reflejaron? Tiempo después regresé a Solumbre, en búsqueda de más información, sobre lo que haya podido suceder.
Era un sábado casi al medio
día, justo por ahí venía Don Gerónimo, cabizbajo y con sus pasos más lentos que
antes, me acerqué a saludarlo, me reconoció y en su rostro marcado por el
tiempo se dibujó una sonrisa –Ah veo que usted si me creyó. Lo vi sentirse
satisfecho, su mirada se clavó en el horizonte allá donde se asomaba el Pilán.
–Algún día, ya muy pronto me iré y no me quiero llevar lo que conozco. –No
creo, usted tiene para rato, le dije. Entonces saqué de mi mochila unas fotos
impresas, fotos que tomó mi amigo Javier durante sus paseos. Se las mostré, las
miró sorprendido y muy atento señaló un punto en la foto y sonriendo dijo – ahí
están. ¿Así son los que usted ha visto salir del monolito?, le pregunté. Alzó
la mirada al cielo y respondió: – Ver para creer.
¿Y qué fue de Juanito? –No ha vuelto nunca más, dicen que se casó y tiene ya su familia, tuvo mucha suerte de que no se lo llevaran, pero dicen que las pesadillas lo asaltan noche a noche.
¿Acaso a otros en serio se los llevaron? ¿Pero quienes? –Uuuuh , hay muchas historias, muchos secretos, dicen que el cerro Pilán esconde tesoros, riquezas, los esconde a ellos y ellos lo cuidan, ellos no dejan que cualquiera encuentre esos tesoros, son muy celosos, desde que llegaron, ellos te ven, te conocen, te vigilan, conocen tu corazón…Unos tienen suerte, a Don Serapio lo dejaron ir, pero se quedaron con su perro…
La curiosidad y el miedo se mezclaron, le alcancé una botella con agua refrescante, la bebió con avidez, miró hacia los costados y eligió una acera protegida por un ancho alar de tejas ennegrecidas por las lluvias y el tiempo, se sentó y lo seguí.
–Juanito tuvo mucha suerte
de regresar, nunca se supo cómo logró salir de allí, del monolito, tal vez
cuando lo quisieron llevar adentro se escapó, o tal vez no les sirvió…quien
sabe.
Cada palabra estremecía mis pensamientos, pero quería saber que había pasado realmente. Entonces le interrumpí –pero ¿Quiénes?, ¿a donde lo llevaban?.
El continuó: –Hace algún
tiempo venía por acá siempre un vendedor, cargaba con su plástico al hombro,
pesado y lleno de ropa, venia de Chulucanas, por aquí pasaba vendiendo ropa,
luego se iba pa’ Franco, la María que todo lo aguaitaba, ya le había dicho que
cuando pase por el Pilán tenga cuidado, no vaya a ser cosa que lo encante el
cerro.
Don García, no le hizo caso. –Tonterías, dijo, y siguió su camino, pero un día ya no se supo más de él. Recuerdo que los churres llegaron corriendo, asustados y gritando, salimos a ver lo qué pasaba y ellos contaron que en el camino frente al Pilán habían encontrado la ropa que vendía García, regada por todo el monte, en sus bolsas, intacta, nuevecita. Al siguiente día los churres andaban con ropa nueva, a unos les quedaban grandes las camisetas, pero los churres igual se las pusieron.
Y es que García al pasar una mañana por ahí camino a Franco, vio a lo lejos algo muy brillante, que atrajo su atención y se adentró en el bosque, el extraño objeto se volvía más brillante, de vez en cuando le perdía el rastro porque el monte lo ocultaba pero Don García seguía buscando, ya se había alejado buen trecho del camino pero ni cuenta se dio, parecía que estaba ya cerca del objeto pero éste estaba más lejos y más brillante, parecía inalcanzable, Don García debió volver, pero él siguió y siguió, de pronto un grito que estremecería al más valiente se escuchó. No se supo más de él. Se lo llevaron.
Un silencio sepulcral nos invadió y un viento frío cruzó casi haciendo volar el sombrero de junco de Don Gerónimo. A lo lejos se escuchaba el aullido de un perro. –Escuche, segurito están saliendo del monolito.
Fijé mi mirada hacia el Pilán pero no se vio nada extraño. –Ahí van me dijo, mire esos puntos brillantes. Me levanté y agudicé mi mirada pero nada, no podía ver más que el majestuoso Pilán.
Don Gerónimo continuó: –lo
mismo le paso al hijo del “franqueño”. – ¿Cuál franqueño?, le pregunté, –uno
que vendía miel, se iba hasta a Morropón, a veces caminando a veces en acémila,
como a las tres o cuatro ya andaba por acá, a veces pasaba temprano y se iba
hasta la Quebrada de las Damas, vendiendo miel y algarrobina.
Un día llegó por aquí, venia pálido el hombre, hasta tartamudeaba, Doña María que estaba en la puerta le ofreció agua, la María le hacía un montón de preguntas, pero el hombre ni podía decir nada. Hasta que se calmó y le contó que unos fantasmas lo habían perseguido, que eran bien feísimos, con ropa resplandeciente, tan resplandecientes que cegaban sus ojos y flotaban en el aire. –¡Ave María purísima!, que habrá sido eso, seguro almas en pena… lo bueno que no lo alcanzaron.
El “franqueño” seguía pálido, ya eran como las cinco de la tarde y decidió regresar. – ¿Seguro que quiere regresar solito?, –sí, si antes que oscurezca, respondió el “franqueño”. –si quiere quédese a dormir, se apresuró a decir la María. ¬no señito, que va a decir mi mujer que no he llegado, mas que es bien celosísima, gracias por el agüita, ya me regreso –que coste que le ofrecí a quedarse conmigo, digo, a quedarse a dormir. Dijo la María.
Se fue entonces el “franqueño” de regreso y al otro día ahí mismito corrió la noticia de su desaparición, encontraron las botellas de miel y algarrobina, cerca al camino, justito frente al cerro.
Yo lo miraba atónito,
incrédulo. –Si no me cree vaya un día por Franco y pregunte, va a ver que no le
estoy mintiendo, le juro por la Carmencita que así fue como pasó.
¿Qué pasó con el franqueño? ¿Desapareció como Don García? –Apareció como a los siete días, un sábado, lo encontraron sin ropa, todo flaco y desorientado, lo encontraron en medio de la quebrada, cuando se acercaron a él gritaba muy asustado, ¬– ¡no me toquen! ¡Déjenme! ¡Déjenme!...tenía unas extrañas marcas en la espalda, muy parecidas a las que encontró Juanito en su alforja ¿se acuerda de Juanito?, sí, claro que lo recuerdo.
–Cuentan que el “franqueño” , estuvo como dos semanas sin decir palabra alguna, permanecía sentado con la mirada fija en dirección al cerro, solo pedía agua y bebía y bebía agua, como si hubiera estado siete días en el desierto. Su mujer lo llevo a los curanderos, pero nada, seguía igualito. Le llenó el cuarto con estampitas y recipientes con agua bendita, pero nada de curarse. Un viernes de madrugada, dicen que se escuchó un grito aterrador, despertó a todo ser viviente que estuviera cerca, su mujer salió corriendo del cuarto, asustadísima, su hijo mayor corrió a su encuentro mientras el más chico se acurrucaba entre sus sábanas. – ¿Qué pasó mamá? ¿Qué pasó? Entraron al cuarto y ahí estaba el “franqueño” sentado al borde de la cama llorando, se levantó y abrazó a su mujer y a sus hijos, era como si hubiera recién despertado como si recién tomara conciencia. Esperó a que su hijo menor se durmiera y empezó a hablar.
Pidió agua y les contó –Recuerdo estar rumbo pa’ Solumbre una tarde, en el camino vi venir como a seis hombres, forasteros, cuando estuve más cerca de ellos, me miraban fijamente, pensé que me asaltarían, de pronto vi como los seis hombres se hacían dos, eran como demonios, sus pies escamosos y con garras, su ropa era blanca, brillante, lo único que hice fue empezar a correr y correr, hasta llegar al pueblo, no sé en qué momento dejaron de seguirme, solo sé que ya estaba allá en Solumbre. Cuando regresé ya era como las cinco de la tarde, venia rezando y sin mirar al cerro, a paso apurau, de pronto escuché cerquitita al camino el maullido de unos gatos chiquitos, pensé ¡carajo!, gente mala, como abandonaron por aquí a estos animalitos y entonces fui a buscarlos.
El “franqueño” continuó: –Me metí al monte y los maullidos de los gatitos se alejaban, pensé que los gatitos huían y apuré el paso, de pronto estaba en medio como de un jardín de flores blancas y amarillas, pero extrañamente brillaban como si fueran de metal, de oro, si de oro, de pronto no supe más de mí, desperté en un lugar desconocido, nunca en mi vida había visto algo así, había mucho oro, todo brillante… pero ellos estaban ahí, yo los vi, ellos cuidan ese tesoro. – ¿Quiénes? Interrumpió su mujer. –Ellos los que cuidan ese lugar. Hubo un prolongado silencio, afuera los perros ladraban y a lo lejos otros aullaban. El hijo mayor cogió un palo y salió a ver qué pasaba.
Al rato volvió, – ¿Qué fue hijo? Pregunto el “franqueño”. –Nada pá, no hay nada, pero sigue contando pá, donde está ese lugar. –No recuerdo más, solo recuerdo que ese lugar daba mucho miedo, y también recuerdo haber visto una grieta entre las rocas, no sé cómo logré salir de ese lugar, corrí corrí sin saber a dónde iba, luego ya no supe más…
El “franqueño”, miró por toda la habitación como si sintiera o buscara algo, miró a la ventana, se levantó y se aseguró que estuviera bien cerrada, luego se quedó dormido.
El mayor de sus hijos casi no durmió el resto de la noche, ¿que había de cierto en lo que les contó su padre? ¿Y si en realidad había oro? Ya lo había escuchado antes. Al amanecer se alistó y salió apresurado, fue hasta la casa del Alberto su amigo. La mujer del “franqueño” había entrado al cuarto de su hijo el menor, se asustó cuando vio en la sabana una marca como si fuera de una mano, pero con solo cuatro dedos. Asustadísima salió con la sabana en la mano, sin saber qué hacer. La metió en una bolsa y la colgó de un horcón ahí en el corral, pensando en llevarla en la noche donde su comadre pa’ que la sorteara.
Mientras tanto, Alberto, el amigo del hijo del “franqueño”, apenas despertaba, –Hombre que haces aquí tan temprano, ¿te votaron de tu casa o qué? –No, no, vengo a contarte lo que le sucedió a mi padre. Hablaron un buen rato. –Esas cosas yo también escuchau, debe ser cierto, el Pilán guarda tesoros, solo hay que saberlo buscar. El hijo del “franqueño” le brillaban los ojos –Pero y si nos encanta el cerro. Alberto entonces se levantó miró en dirección al cerro y dijo –el cerro exige su pago, hay que hacerlo antes de adentrarse en sus tierras. –pero ¿y cual será el pago? -no te preocupes de eso, yo me encargo -entonces ¿cuándo vamos?, preguntó el hijo del “franqueño”. –en un par de días, dijo Alberto.
Una noche antes de partir, el hijo del “franqueño” no podía dormir y salió al corral, se paseaba de un lado a otro, inquieto. Su mamá lo sintió, se levantó y le pregunto qué es lo que pasaba. –Nada má, mañana me voy con el Alberto por ahí a andar. –pero mijo, no vayas por el cerro, no ves lo que le paso a tu papá. –No te preocupes má Alberto conoce bien esos caminos. Su madre se fue a dormir y el hijo del “franqueño” se quedó ahí mirando a la lejanía, de pronto vio una luz fuerte, como de un relámpago que caía sobre el Pilán o al menos cerca, era una luz verde, eran como las tres de la madrugada, los perros aullaban. Le entró miedo pero su mente estaba fija en otras cosas.
Al siguiente día partió con el Alberto rumbo al cerro, cada uno en su burro, el Alberto llevaba su escopeta, terco el muchacho, si le hubiera hecho caso a su madre. A lo lejos se escucharon disparos…Ya han pasau muchos años y nunca se supo nada de ellos, los burros regresaron solos, con el fiambre en las alforjas. Se los llevaron como a los demás.
Dicen que el “franqueño”, todos los días salía a buscarlos por los alrededores, no se atrevía a buscar en el mismito cerro, tenía la esperanza de que su hijo volviera como él lo hizo.
La gente dice que los encantó el cerro, algunos aseguran haber visto huellas de personas que suben y bajan del cerro, creen que son de los desaparecidos que no encuentran el camino pa´ regresar, otros dicen que en la entrada de una cueva hay unos sacos con oro, seguro que el Alberto y el hijo del “franqueño” están adentro buscando y sacando más tesoros, pero eso sí, ellos, los del monolito, no dejan que nadie se traiga ese oro, nadie. Otros dicen que cuando se acercan a las cuevas se escuchan voces, susurros, llantos y lamentos, esos ruidos viene de bien adentro, deben ser los desaparecidos…
El “franqueño” estaba segurísimo que su hijo y su amigo estaban vivos ahí adentro en ese lugar terrible, o a lo mejor dentro del monolito, quién sabe? Vivió sus últimos años con ese miedo, miedo de no volver a ver jamás a su hijo. –Como así Don Gerónimo, le pregunte. –El “franqueño” estuvo adentro, vio todo. Cuando su mente estaba lucida, él contaba cosas.
Decía que estuvo en un lugar, todo de oro, que había muchos de ellos, estaban vestidos todos de blanco, un blanco muy resplandeciente, entraban y salían atravesando las paredes de tierra y rocas, otros lo hacían por unas grietas entre las mismas rocas, a veces llegaban con un humano, a veces los sacaban. Cada vez que recordaba esta parte lloraba como un niño. ¿Qué cosas terribles habrá visto el franqueño? Contaba que esos seres, flotaban, nunca debían mirarlos a la cara, sus rostros horribles, con ojos negros grandes y brillantes, unos tenían el tamaño de niños, otros de adultos, solo tenían cuatro dedos y su piel era verde y escamosa, adentro huele como a hierbas y flores. Había un salón grandazo, donde se reunían todos, entraban como en procesión, en el centro una gran bola de fuego a veces amarilla a veces verde. Giraban alrededor de esa bola de fuego, se escuchaba a veces sonidos como de campanas, como golpes de metal.
Su mujer pensaba que estaba loco y la gente que lo escuchaba también. – Pobrecito el “franqueño”, el cerro lo ha dejau encantau, decía la gente que lo conocía. Abandonó el negocio de la miel, pero el siempre aseguraba que todo era cierto. Su mujer lo seguía llevando a los curanderos, pero el estaba convencido que todo era verdad.
Se sentaba en su corral, y repetía que en las entrañas del Pilán vivían ellos, decía: –ahí debajo de la tierra y de las rocas está un gran templo, revestido de oro, custodiado por ellos, un lugar que nadie entendería. Decía que era el templo de lo desconocido y que seguro algún día alguien lo encontrarían.
Tiempo después el “franqueño” murió, murió sin volver a ver a su hijo. Su mujer se sumió en la tristeza y solo vivió para el único hijo que le quedó.
¿Será cierto todo eso Don Gerónimo?, lo interrumpí, me volvió a repetir. –Ver para creer hijo, ver para creer. Luego me pidió que le regale las fotos. Se despidió y se fue caminado lento, muy lento, rumbo a la capilla. –Ya llegó el cura, me voy a escuchar la misa, pa`que la Carmencita me cuide siempre.
José Luis Carlin Ruiz, 2023
Fotografías tomadas en
Morropón por Javier Morales Cabrera