EL MONOLITO DEL CERRO PILÁN: PARTE V “EL SUPREMO”
Por José Luis Carlin Ruiz
Habían pasado algunos días desde que pasó el acontecimiento del grupo de jóvenes exploradores. La gente en el pueblo parecía querer olvidar el asunto. Era como si de pronto todos se hubieran puesto de acuerdo en no hablar más de eso.
Doña Luz había comentado en la tienda, que había soñado con el brujo. ¬–Hay comadrita, pero usted también que cree en esas cosas. –¬ ¡Shhhh! no lo diga, nos pude escuchar.¬ – Santa madre de Dios Doña Luz, usted sí que hace dar miedo… Desde entonces nadie quería hablar sobre eso y la tranquilidad volvía a Solumbre. Una noche el papá de Ernesto se había puesto un poco mal, el paso de los años le estaba ya ganando. Se pasó varios días en reposo y su fiel hijo siempre estaba acompañándole. Una de esas noches calurosas Ernesto abrió la ventana y desde su lecho, su anciano padre podía ver el extenso cielo estrellado.
El anciano parecía feliz al estar mirando las estrellas, sentía que se llenaba de energía, y hasta se sentó al borde de la cama. –Apá recuéstese se vaya a caer. ¬–Ay hijo ya me canso de estar “echau”, ya llevo varios días así… déjame sentarme un rato.
El anciano fijó la mirada al cielo por la amplia ventana. Señalaba de vez en cuando al infinito y decía algo en voz muy bajita. Ernesto solo lo miraba mientras consumía uno y otro cigarrillo. –¿Que ves apá?
–Mira esa estrella claritiiita, mira como hace visos amarillos y verdes¬. Ernesto miraba, pero solo veía las estrellas como cualquier otra noche.
–Oye apá y que será de los muchachos, esos que habían venido de Lima. Yo sí me asusté apá, yo dije ya no viven y menos Don Ismael, hasta ahorita me duele la espalda de haberlo “cargau” hasta allá arriba.
– Le salvaste la vida, muchacho, eso es lo importante, justo ayer pasó por aquí preguntándome por ti, dice que te va a traer algo de su viaje. Su hija, la menor, vino pa’ llevárselo. Mejor que se lo hallan “llevau”, él no quería irse, pero era lo mejor.
–Oye apá y como será eso del poder del cerro, mis respetos pal Pilán, hay que ser bien macho para subir en busca del brujo. Los dos soltaron una carcajada, pero fueron interrumpidos por el grito de unas lechuzas. – ¡fuera lechuza carajo¡, grito el anciano, –es él, nos vigila. – Tú crees apa´?
–Si muchacho, desde que te llevé cuando eras niño pa’ que te cure, el viene de vez en cuando por aquí. –Apá, ya me vas hacer dar miedo. – Hijo tú eres muy valiente y todo está ahí en tu mente, tu mente ve lo que tú quieres ver.
Ernesto lo interrumpió: –apá y tú les has visto la cara al brujo? El anciano acomodándose en una vieja poltrona empezó a contarle:
–Él es como lo quieras ver, esa noche hijo, esa noche ustedes vieron lo que quisieron ver. –¿Como así apá? –Él nunca es el mismo para todos, a él lo ves de acuerdo a tu valentía, a tus miedos, a tu conciencia. –No entiendo apá, ¿acaso no es real? ¿qué hay de cierto que es inmortal?
¬–Cuentan que el brujo en realidad, es el espíritu de un antiguo curaca que buscando vengarse de los invasores llegó desde el Maray a estas tierras, llegó con una de sus mujeres, pero ella murió, entonces el curaca buscó a una mujer bonita para hacerla su compañera, el curaca hizo un pacto con el “supremo” y desde entonces habita en el Pilán, el “supremo” lo hizo eterno, y desde entonces vigila, acecha pero nunca dejo su lado humano, no olvidó sus conocimientos y con su poder, sana a quien lo busca pero también le arranca la vida a quien se atreve a ir contra él. El Pilán hijo, tiene sus secretos, tiene su magia, tiene su poder.¬
–Apá, pero no a todos les pasa algo, dos veces he acompañado a unos turistas y no paso nada.
El anciano lo miró y le dijo, –el cerro se toma su tiempo, mira y siente a los que caminan sobre su tierra, sobre sus rocas. Y él lo cuida, el los vigila, el los observa. ¬–¿El brujo apá? El anciano tomando un sorbo de la hierba luisa que le había dado Ernesto continuó: –No hijo, hay más, hay otro, más poderoso que cualquiera que haya llegado por estas tierras.
A Ernesto le recorrió un frio de pies a cabeza, una teja se desprendió del techo haciéndolo sobresaltar.
–¡Mierda apá!, ya no sigas, que hoy no duermo. Pero el anciano insistió en hablar. ¬ –Tienes que conocer todo lo que se cuenta del cerro, no se debe perder el conocimiento, ya quedamos pocos de mis tiempos, así que tu llevarás lo que te voy a contar hasta tus nietos.
–Oye apá, hablando de nietos, fíjate que el muchacho anda bien “templao” , ya le he dicho que termine de estudiar y que se vaya pa’ Lima, allá está su tía para que le ayude a conseguir un trabajo.
–Va a seguir tus pasos, tu embarazaste a la María bien “mocito”. Ernesto se quedó pensativo por un momento y mirando por la ventana al cielo, se hecho la bendición.
–Ya me cortaste la conversación, hijo, ¿por dónde iba? A ya, te contaba que hay uno más poderoso que el brujo. –Tú lo has visto apá? –No, nadie lo ha visto, o al menos nadie ha sobrevivido para contarlo, nadie se atreve a buscarlo, ni menos encontrarlo, el permanece ahí en las entrañas del Pilán, y ellos van hasta él para cuidarlo.
–Quienes apá? – ellos, los del monolito, te acuerdas de esa historia de Juanito? – si apá, a propósito del famoso Juanito, resulta que ese muchacho que casi se nos muere, es su nieto.
¬–¿Que va ser?… dijo el anciano incrédulo. –Si apá, cuando los llevé pa´ Morropón en el camino íbamos conversando y ahí descubrí que era nieto del Juanito, pero él no sabía nada de lo que le pasó a su abuelo. Cuando le contamos, lloraba el muchacho y hasta llamó a su casa allá en Lima para preguntar por él.
–Mira hijo, el mundo es bien chiquito, y mira lo que te decía, el cerro se toma su tiempo. Ahora entiendo muchas cosas. Ellos son uno para el otro, los del monolito han hecho del Pilán su hogar y el Pilán ha tomado vida con ellos.
–Apá sigue, ¿cómo es eso de que los del monolito bajan hasta donde está, que acaso está enterrado o qué?
–Algo asi hijo, el “supremo” permanece en las entrañas, en lo más profundo del Pilán, ahí, custodia toda la riqueza, todos los tesoros, los secretos, todo.
El viento empezó a soplar más fuerte. Ernesto se levantó y cerró la ventana, los perros aullaban en la calle y en los corrales las gallinas se alborotaban. La luz de la vieja petromax se apagó. Pero el anciano ni se inmutaba. –ujujuy está bravo, nos está escuchando. El anciano se hecho la bendición se paró de la poltrona y se fue acostar.
Ernesto encendió la petromax, se había quedado atónito de ver y escuchar todo eso y sobre todo le extrañaba la tranquilidad de su anciano padre.
Lógicamente esa noche, Ernesto no podría conciliar el sueño.
Se metió debajo de hasta dos frazadas, sin importarle el calor y cuando apenas empezaba a quedarse dormido, sintió que desde el viento una voz le llamaba -Ernestooo, Ernestoooooooooooo y la voz, como vino, se fue con el viento.
Ernesto de un brinco estuvo fuera de la cama, quiso despertar a su papá, pero estaba tan profundamente dormido que ni se movió. A Ernesto no le quedo otra que cual niño acurrucarse al pie de su padre.
Al siguiente día cuando Ernesto despertó, no había nadie más en la cama, estaba todo silencioso. Se asustó y empezó a llamar a su papá, salió apresurado al corral y ahí estaba su papá sentado como si nada hubiera pasado.
–Apá que susto me diste. ¿Y porque te levantaste tan temprano? ¬. –Me siento bien hijo, tranquilo, ven vamos adentro y desayunemos algo.
Pasó el día como si nada hubiera sucedido y ya entrada la noche llegó José, el amigo de Ernesto. Al rato ya estaban sentados alrededor de la vieja mesa, Ernesto miraba a su papá, la luz del petromax iluminaba su rostro, lo veía feliz, como si hubiera recuperado años de vida.
–Y muchacho ¿cómo has estado?, le preguntó el anciano. –Aquí pues oiga con algunas pesadillas desde que pasó eso, que “fello”, lo que pasó.
– Anoche no terminé de contar sobre lo que sucede y habita en el Pilán. ¬–Si apá me has dejado pensando en eso de que los del monolito entran a buscarlo y ¿qué harán abajo del cerro?
–Es una historia increíble hijo, él llegó hace mucho, mucho tiempo, cuando aún estas tierras eran gobernadas por otros hombres, pero el cerro lo atrajo y lo llevó a sus entrañas y él se alimenta del cerro, ellos lo quieren llevar de vuelta, pero se han hecho uno solo él y el Pilán.
–Pero ¿quién es apá? –hijo, él es el “Supremo”, así lo llaman, él es su líder, es su esencia, es lo que algunos ven y lo que otros no quieren ver. Ellos salen del monolito en sus naves y bajan a la superficie, entran por el túnel hasta llegar a las profundidades del Pilán para encontrarse con “el supremo”. El lugar está muy vigilado para evitar que los hombres lleguen hasta ahí. Los humanos se perderían por su ambición, lo destruirían todo.
¬¬– Será cierto que hay mucho oro ahí?, preguntó José. –Mucho, mucho oro, y esa es la razón por la que ellos llegan, dicen que lo usan para sus naves, en esas noches cuando la luna brilla más, vienen nuevas naves de más allá de lo que nuestros ojos ven, llegan sacan lo que necesitan y se van. El Supremo los gobierna desde ahí, dicen que es como un gran templo todo cubierto de oro, todo.
– Y nunca alguien ha visto esa entrada?, preguntó Ernesto. –más allá de la tierra fértil, hay una roca que apunta a una estrella dicen que ahí muy cerca esta la entrada, pero cuidado, el brujo está cerca sigiloso, vigilando.
José había permanecido callado todo el tiempo, parecía como si estuviera petrificado escuchando esa historia.
Ernesto paso sus manos por su cara -¡eeh! y tú que tienes? José solo contesto en voz baja –oro, hay oro. Al rato se despidió.
Los días pasaban tranquilos, el Pilán se elevaba imponente sobre los pueblitos que están a su alrededor, la gente olvidaba lo de los muchachos limeños.
Era ya el mes de noviembre, la voz corría en el pueblo que habría una gran fiesta, iban a bautizar al hijo de Don Hernán y casi todos en el pueblo estaban invitados.
Llego el día y la hora de la fiesta, José que también había ido vio sentado al papá de Ernesto, se le acercó y habló con él, aunque casi gritando: –¿Que es del Ernesto que no lo veo por aquí? –Aquí estaba, dijo que ya volvía, pero ya lleva raaaato y no aparece.
Esa noche la luna se dejaba ver plateada, esplendorosa, los caminos se iluminaban con su luz y sobre el paisaje se podía ver la silueta del Pilán. A lo lejos se podía escuchar la música de la fiesta, en la calle los perros ladraban.
Ente los arbustos alguien acechaba, el olor a humo de cigarro se percibía cerca al camino, se movía sigiloso entre el monte hasta llegar a unas rocas, permaneció ahí sin dejar de mirar al cerro.
En la noche iluminada se podía escuchar a los búhos, uno que otro zorro corría cruzando el camino y en lo alto, en la nada y frente al Pilán parecía abrirse una ventana, salieron de ella dos objetos muy brillantes, se movieron con rapidez se elevaron y bordearon el cerro, como si se fueran para Franco.
Una mano se posó su hombro. –¡Mierda!, gritó tratando de correr… –Pero hombre que haces acá, tu papá te está esperando en la fiesta. –y ¿qué carajos haces tu acá también? ¿Me has venido siguiendo o qué? José muy tranquilo tiró el pucho de su cigarrillo y lo pisó. –Oye Ernesto, así como yo, tú también quieres ir a ese lugar. –Tú estás loco ¡es imposible ¡Ahí en la quietud de la noche los dos amigos discutían, mientras la ambición se apoderaba de su corazón y enturbiaba su mente, el deseo de poseer esas riquezas los unía y los alejaba a la vez.
Ernesto regresó a la fiesta ya tarde, su papá ya se había ido a dormir. Al siguiente día Ernesto cogió su caballo y salió muy temprano, volvió como al medio día.
Desde ese día Ernesto se mostraba inquieto, salía con más frecuencia incluso dejando solo a su papá. Estaba consumiendo cigarrillos más de lo acostumbrado.
Mientras que, en la casa de José, su mamá ya le había dicho – Oye José y ¿que tienes tu? andas bien raro, hasta descuidado andas mi´jo mira como andas de sucio.
Dos semanas después Ernesto llegó a buscar a José. Desde la noche de la fiesta no habían cruzado palabra.
–¿A que vienes Ernesto, con que me vienes ahora amigo? Ernesto le dijo: casi en voz baja: - Ya los vi, ya vi donde aterrizan. –Te volviste loco o que Ernesto, de que me hablas. –Vamos esta misma noche continuó Ernesto.
Eran ya casi las diez de la noche cuando ya todos dormían, dos caballos cruzaron la calle, al cruzar por la Capilla Ernesto y José se “persignaron”, siguieron en dirección al cerro, a los pocos minutos podían verse a lo lejos la luz de las linternas agitándose al paso de los caballos.
Los dos iban sin decir ni una palabra, todo era silencio, de vez en cuando se cruzaban miradas, miradas de desconfianza, los dos iban sumidos en sus pensamientos, tal vez imaginando cuánto oro podían encontrar, se volverían ricos.
Ernesto lo miraba de reojo pensando tal vez que José lo mataría para quedarse con su parte.
Mientras allá en el pueblo, el papá de Ernesto se despertó dándose cuenta de la ausencia de su hijo. Se sentó sobre la cama se echándose la bendición y disponiéndose a rezar: –Dios te cuide “mijo” y que la virgencita te traiga de vuelta.
Después de casi hora y media los dos aventureros sintieron olor a tierra húmeda y a hierba fresca, se detuvieron y ataron sus caballos a unos delgados troncos. Caminaron un poco, como a los veinte minutos escucharon el asustado relinchar de los caballos. José sobresaltado exclamó –¡Mierda los caballos!, pero a éstos de repente ya no se les escuchó más. José quiso regresar a ver que pasaba, Ernesto sobreponiéndose al susto lo detuvo y le pidió seguir, – estamos cerca, sintieron entonces venir un viento caliente y a lo lejos entre los arbustos y árboles pudieron ver una intensa luz intermitente, parecía girar.
–Ahí están dijo Ernesto, avanzaron tan sigilosos como pudieron, una polvareda llego hasta ellos y el objeto luminoso se elevó para perderse rápidamente en el cielo bordeando el cerro.
José le preguntó a Ernesto –¿Estás seguro de que quieres seguir?, – ¡Avanza! le respondió Ernesto, José por un momento dudó en seguir, a los pocos minutos otra nave apareció en el cielo, la parte alta de ese objeto, giraba velozmente y una intensa luz amarilla salía de la misma.
Ernesto tenía una expresión de miedo, de asombro y de satisfacción a la vez, –si existen, –entonces lo que cuentan es cierto y entonces lo del oro también debe ser verdad, dijo José. La nave descendió y cambio sus luces a color azul.
Los dos amigos siguieron arrastrándose en el monte hasta llegar a una zona árida, el pasto parecía quemado y el suelo se sentía caliente. Siguieron arrastrándose hasta a que ante sus ojos apareció un espectáculo jamás visto un objeto metálico, con muchas luces y unas figuras casi humanas cubiertas de blanco salían de ella, no podían ver sus rostros porque les daban la espalda, todos en fila se dirigían hasta cruzar una roca. –Esa debe ser la roca que apunta a la estrella dijo Ernesto casi susurrando.
Una de esas criaturas volvió su mirada hacia ellos, ¿los había escuchado tal vez?, de pronto la vieron venir, traía en sus manos una especie de lanza humeante, estaba cubierto todo de blanco parecía que cubría su cara con una máscara dorada, pero igual se podía ver y sentir su mirada que penetraba lo profundo del bosque, Ernesto empujó a José y los dos rodaron hasta chocar con un tronco caído. La criatura se detuvo a pocos metros de ellos alzo la lanza y esta iluminó el lugar con una luz tan potente que de mirarla directo dejaría ciego a cualquiera. Mientras los dos amigos trataban de esconderse entre la hojarasca.
Al poco rato la criatura regresó con los otros que ya habían avanzado perdiéndose entre unas rocas. –Hay que esperar que se vayan dijo José.
Ya había pasado más de quince minutos Ernesto y José, habían permanecido quietos todo ese tiempo, sus brazos estaban entumecidos, y José tenía una expresión de dolor, al caer se había lastimado el brazo y estaba sangrando, se levantaron y se acercaron un poco al lugar donde estaba esa nave que no dejaba de emitir luces, no pudieron distinguir alguna entrada a la misma. De pronto apareció ante ellos casi veinte de esas criaturas, pero lo que más les llamó la atención fue un ser cubierto todo con una túnica dorada, muy brillante, lo cubría todo, desde la cabeza a los pies, trataron de mirarle el rostro, pero este se perdía entre la luminosidad de su atavío y las luces de la nave, parecía más bien como si estuviera vacío, sin embargo, al rato pudieron ver sus enormes ojos, y sus manos de piel verdosa. –ese debe ser el “Supremo” dijo Ernesto en voz muy bajita, José estaba temblando, estaba muy pálido.
De pronto esos seres rodearon al “Supremo” quien parece les hablaba en una lengua totalmente desconocida, más parecían gruñidos, diez de ellos abordaron la nave, los demás casi instantáneamente se perdieron entre las rocas, el objeto entonces iluminó por un segundo toda esa zona y se elevó tan rápido que nos les dio tiempo de ver en qué dirección se fue.
Tan pronto como desapareció la nave y las criaturas todo volvió a la oscuridad y los ruidos que cualquiera podría escuchar en medio de un bosque. José encendiendo su linterna y preguntó asombrado - ¿Dónde estamos? ¿qué hacemos aquí? Ernesto lo miró muy extrañado y le respondió – ¿Que carajos te pasa?, hemos venido acá al cerro, en busca de oro. José soltó una carcajada. Ernesto muy molesto le cogió la botella que de pronto tenía en la mano –Ya deja de tomar, así no vamos a llegar. José le preguntó –¿Le viste la cara a ese hombre? – Ernesto confundido le dijo –¿De que hablas?, ya camina que debemos llegar antes que alguien nos vea.
–Si, si tienes razón, no debí tomar mucho, estoy teniendo alucinaciones creo. Y sobreponiéndose siguió a Ernesto.
Al rato Ernesto paró en seco y dijo: –creo que estamos avanzando en círculo, estamos desde hace rato llegando al mismo lugar; a los dos casi se les apagaba la linterna – ¡Mierda creo que las pilas ya no dan más! Ernesto se desesperó por un momento hasta que chocó con una roca. Dio una mirada hasta donde podía llegar la luz de la linterna y vio unas rocas que parecían formar un círculo, golpeó un poco la linterna e iluminó mejor, avanzaron y pudieron ver que ese círculo de rocas en realidad era una entrada, o tal vez sería alguna madriguera. De pronto vieron unas manchas de sangre en el suelo, unos pasos más allá vieron aterrorizados la pierna de un caballo. –¿Pero quien hizo esto?, preguntó José, –tal vez algún león dijo Ernesto.
Las linternas empezaron a fallar, era como si algo hiciera interferencia, se apagaron, por un momento Ernesto sintió un escalofrío, –¿entramos? Le preguntó a José. Quien inmediatamente dejo ver una expresión confusa de alegría en su rostro y exclamó –¡mejor regresemos!, la verdad si da miedo todo esto.
En el silencio de la noche se escuchó una voz. – ¡Ernestooooo!, y se fue con el viento. Ernesto se sobrecogió, pero su ambición era más grande –Ya estamos aquí, y ¿si es cierto lo del oro?, nos haremos ricos.
Observaron al interior del agujero y había una especie de rampa. –¿Como es que casi nadie sabe de esta entrada? Sin más preguntas Ernesto empezó a bajar, José lo seguía sin dejar de mirar atrás.
La cueva era muy estrecha y se sentía mucho calor, las paredes eran casi lisas, como si la roca hubiera sido cortada por una maquina con gran precisión. Una sombra blanca se cruzó a unos metros de ellos, a José le saltaba el corazón tanto que hasta podía escucharse en el silencio dentro de ese extraño túnel.
Las linternas se apagaron quedándose en absoluta oscuridad, ya no se escuchaba ni el ruido del viento rozando con los árboles. Caminaron sin dejar de tocar las paredes del túnel, hasta que Ernesto que iba adelante sintió que había pisado algo húmedo, barro tal vez, de pronto sintieron que sus manos se humedecían con algo viscoso que estaba sobre las paredes, el olor a algo putrefacto empezaba a sentirse.
Las linternas volvieron a encenderse entonces se dieron cuenta que eso viscoso era color rojo, todo el lugar estaba lleno de restos, José miro sus manos, y estaban todas manchadas de lo que podría ser sangre de animales o quien sabe de qué o de quien.
Ernesto retrocedió casi empujando a José que estaba temblando y muy pálido, siguieron observando esta vez, ya con ayuda de las linternas que habían vuelto a encender y se dieron cuenta que había otras entradas, volvieron entonces y entraron por otro túnel, había mucha humedad, parecía que hubiera filtraciones de agua, se sentía mucho frio, siguieron avanzando y entraron a un espacio más amplio, ahí todo estaba en sepulcral silencio, solo el sonido de la caída de alguna gota de agua en algún pozo subterráneo, de vez en cuando de algún lugar provenían lo que parecían voces o gruñidos.
Avanzaron por una de esas entradas y encontraron vasijas de barro, “huacos”, otros objetos de madera, estaban ahí como si alguien las hubiera amontonado. –Esto es un entierro dijo José, –solo huacos hay, no hay oro. –Sigamos buscando respondió Ernesto, quien con el pie trataba de mover algo con el que había tropezado, efectivamente, se agacho y con sus manos escarbó un poco, era unas piezas de metal brillante, parecían restos de una vasija con unos grabados en alto relieve, José recogió otro pedazo y lo mordió, –es oro, ¡esto es oro!, empezaron a escarbar, la tierra era suave, por lo que no necesitaban herramientas, encontraron objetos de oro puro, cuchillos, vasos, orejeras, habían también plumas de colores muy bien conservadas.
Un ruido se escuchó dentro de la cueva, ¡shhh! dijo Ernesto, sus corazones latían fuerte y en sus frentes un sudor frio se dejaba sentir.
–Vamos ya, dijo José. –Estás loco ¿nos vamos a ir solo con esto? –Regresaremos otro día, se apresuró a decir José.
Pero la ambición ya había ganado y corrompido la razón de Ernesto. –Si quieres andante, yo me quedo. Espérame arriba.
José sin saber que hacer le dijo, –no, no, no voy a salir solo de aquí, ni siquiera sé por dónde ir.
Ernesto sin escucharlo ya a su amigo siguió avanzando había un túnel casi al nivel del suelo, se asomó y vio que al fondo se veía lo que parecía ser una luz, –mira, le dijo a José y casi “gateando” empezaron a ir a lo desconocido, casi avanzaron diez metros, y entraron a una cueva donde había una especie de laguna, el agua era muy cristalina, de ahí venia el ruido de gotas de agua, en el fondo de la laguna se podían ver piedras rectangulares y circulares muy lisas y pulidas, la fascinación y el miedo se apoderaba de los dos amigos, mientras la luz se hacía más visible, entraron a otra cueva y vieron una piedra que parecía encendida en fuego azul, la misma que estaba sobre una especie de pedestal, y ahí estaban las criaturas, estaban vestidas de blanco pero con su cabeza descubierta, su cabezas eran enormes, doradas, como si fueran cascos o algún tipo de coraza de metal.
–¡Mierda! dijo Ernesto, –entonces lo que vimos afuera no fue alucinación, todo era realidad, José lo empujo para mirar y si, efectivamente, ahí estaban, hacían una especie de ritual alrededor de esa piedra, más al fondo se podían distinguir piedras como las que habían en el fondo de la laguna subterránea, pero éstas irradiaban también una luz azul y se podían ver sobre ellos unos círculos luminosos que se expandían ¿tecnología alienígena talvez?, vieron también que algunos de esos seres extraían mineral de entre las rocas con herramientas desconocidas, ¿estaban acaso dentro de una mina de oro? Ernesto miró a los alrededores y vio que había más objetos dorados, eran de oro y puro.
José, sin embargo, se acobardó y jaló del brazo a Ernesto –Salgamos de aquí, ¡ahora mismo ¡–Suéltame, gritó Ernesto mirando con amenazante mirada a José, sus ojos parecían brillar, eran como de serpiente. José soltó a Ernesto y empezó a retroceder por ese estrecho túnel por el que habían llegado hasta ahí, cuando logró salir y si llevar nada buscó desesperado alguna salida a la superficie, siguió avanzando sin siquiera saber por dónde ir.
Mientras Ernesto continuó arrastrándose hasta entrar a otra entrada donde se podía ver con más intensidad otra luz, llegó hasta una especie de bóveda, miró alrededor y vio que efectivamente había oro por todos lados. Una sonrisa se dibujó en su rostro –debe haber más, pensó y siguió buscando, escucho susurros y vio cruzar a esas criaturas cubiertas de blanco, por un momento pensó en retroceder y correr, pero ya estaba ahí, adentro, donde nadie se había atrevido a llegar.
–Ese José cobarde pensó, y dio unos pasos más, cruzó otra entrada y pudo ver parado sobre una roca cuadrada y muy pulida, al “Supremo”, medía casi tres o cuatro metros de alto, estaba vestido así, como lo vieron allá arriba, los otros, los del monolito se inclinaban ante él y con sus gruñidos parecían entonar una especie de terrorífico canto, de pronto el Supremo, dejó caer la capa dorada y retiró de su cabeza una especie de casco dorado, dejando ver su real forma. Los ojos de Ernesto parecían salir de sus órbitas, sus manos crispadas y temblorosas, su frente sudaba y sentía su cuerpo frio, estaba inmóvil, desde ahí y con su mente confusa podía ver al Supremo, cuya apariencia era como la de un cadáver en descomposición, sus manos eran largas y verdosas, notó también que sus pies no tocaban la roca, estaba flotando a pocos centímetros de la superficie, los otros seres hicieron lo mismo, retiraron de sus cabezas esos cascos dorados, eran más pequeños pero su apariencia era igual de aterradora, parecían como lagartos de color negro verdoso, con cabeza humana y cadavérica.
Ernesto sintió de pronto que alguien estaba detrás de él, podía percibir una pesada respiración sobre su cuello. Pensó que era José y cuando miró hacia atrás, no tuvo tiempo de decir nada ni de reaccionar, su grito se ahogó antes de salir de su boca, no era José, era “el brujo”, con su manto más negro que la oscuridad de la noche, aun estando tan cerca, Ernesto no pudo distinguir su rostro, solo veía dos ojos tan rojos, como si hubiera fuego en ellos. El brujo lo tomó por el cuello, Ernesto, con la respiración entrecortada, sintió que no tocaba el suelo, estaba por lo menos, a un metro de él, solo intentaba poder tomar algo de aire. Entonces el supremo y las demás criaturas volvieron a ellos su mirada. El brujo avanzó hacia él, llevando a su “presa”, Ernesto intentaba decir algo pero sentía que se ahogaba con su propia saliva, el brujo avanzó y se paró frente al Supremo, entonces Ernesto pudo verle el rostro, era como una calavera cubierta por una piel verde, áspera y escamosa, su cuerpo, era como un cadáver humano descarnándose, las cuencas de sus ojos parecían estar vacías, ni en sus peores pesadillas, Ernesto habría podido imaginar estar frente a algo así, sentía que las demás criaturas cogían sus piernas y sus brazos con sus manos frías, húmedas y viscosas, de pronto vio con estupor como el “supremo” extendió sus horribles manos hacia él, y como en una pesadilla intentaba gritar, –¡auxilio! ¡ayúdenme!, pero ahí en las entrañas del Pilán ningún mortal lo podía escuchar, empezó a agitarse intentando hasta lo imposible por soltarse del “brujo”, quien sosteniéndolo con una sola mano frente al “supremo” dejó escapar una infernal carcajada.
Mientras tanto José había podido salir a la superficie, sus manos temblaban y sus piernas apenas tenían fuerza para moverse, de pronto se desvaneció. Hizo un último esfuerzo por levantarse y cuando por fin pudo hacerlo, desde lo profundo de la tierra, desde la oscuridad de ese túnel, desde las entrañas del Pilán se escuchó un aterrador y desgarrador grito de dolor, que hizo temblar la tierra, los árboles se sacudieron y las aves que aun dormían volaron de sus nidos.
En la oscuridad de la noche, José, aterrado y muy desorientado solo atinó a correr.
Casi amanecía, en el pueblo, los perros aullaban, las gallinas cacareaban y las lechuzas volaban inquietas sin dejar de ulular.
El papa de Ernesto, consumido por la tristeza apenas vivió unas semanas más.
Camino a Piura la Vieja, un grupo de campesinos comentaban –Pobre Don Abelardo, se murió de pena por el Ernesto, mientras otro interrumpía: –Les encantó el cerro, pobres muchachos, todo por la ambición de tener su oro, dicen que han visto a una sombra correr allá arriba del cerro, ¿no será el otro que se quedó encantau?. Otro aseguraba: –No compaaaadrito, pa´mi que se los han llevau los extraterrestres, –como será pues, papá Dios, nos libre, yo por eso ni miro al cerro cuando paso por ahí…
José Luis Carlin Ruiz, 2024.
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