Tres vigias, heráldicos centinelas del pueblo, lo rodeaban quedando sumido entre sus faldas, Morropón: legendario pueblo de los negros pitingos del Corral del Medio, este noviembre de 1890 aún estaba somnoliento tras los quince días de rezos, campanas, jaranas de rancho con corpús, chica, tamales y anisao, procesiones de la Mamita del Carmen, bailes de tierra, castillo de cinco cuerpos, cantores de vereda, arpa y guitarra, borrachitos a la vera de las casas, títeres de Huancabamba, sermones admonitivos del Santo Cura… en el aire y en todo el ambiente aún ahumeaba el alboroto social de la festividad de la Virgen del Carmen. Un curita era el único encargado de misas, rezos, vísperas, procesiones, unas cuantas parejas de caseríos, y por qué no abundantes piqueos y bandejas de pavo con chifles y ensaladita.
- agosto 29, 2017
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“LA QUEBRADA DEL CURA CABEZA MOCHA”
(CUENTO)
Tres vigias, heráldicos centinelas del pueblo, lo rodeaban quedando sumido entre sus faldas, Morropón: legendario pueblo de los negros pitingos del Corral del Medio, este noviembre de 1890 aún estaba somnoliento tras los quince días de rezos, campanas, jaranas de rancho con corpús, chica, tamales y anisao, procesiones de la Mamita del Carmen, bailes de tierra, castillo de cinco cuerpos, cantores de vereda, arpa y guitarra, borrachitos a la vera de las casas, títeres de Huancabamba, sermones admonitivos del Santo Cura… en el aire y en todo el ambiente aún ahumeaba el alboroto social de la festividad de la Virgen del Carmen. Un curita era el único encargado de misas, rezos, vísperas, procesiones, unas cuantas parejas de caseríos, y por qué no abundantes piqueos y bandejas de pavo con chifles y ensaladita.
Don Fulgencio, el curita, tras los arreglos de fiesta por sus
adminículos y haber separado “los milagritos de oro y plata para darles
resguardo santo y seguro”, alzó a su arisca mula las alforjas repletas con lo
que habría de llevarle a su “santa comadre” la hermosa serrana Doralisa,
residente en Pambarumbe donde tendría a cargo la festividad de San Roque.
Caballero en su mula, santiguando al aire al pueblo se encaminó por el Jirón
Alva hacia las afueras norte de la ciudad. A poco del canto matutino de los
chilalos, la mula oliscona se adentraba por la profunda quebrada de Sondorillo,
poniendo en alerta a su amo con el nervioso movimiento de las orejas. Apura el
cura a la acémila sin pensar ni remotamente que entre los chopes de chico,
cuncún y overal, le estaban poniendo los ojos los avezados criminales “El príncipe”
y “la rata”. El cura Fulgencio acariciaba con las palmas de sus manos las
barrigonas alforjas preñadas de milagros y limosnas carmelitas.
Bien “enchoaos” estaban los
facinerosos el Príncipe y la Rata a la espera del paso del cura con la preciosa
carga en la alforja de dos arrobas. – Ya sabe cumpa Príncipe, al estar frente a
la mula, osté salta al camino y no lo deja pasar. Ordenó la Rata. Luego
susurrando añadió: - Yo le salto al pescuezo al cura, lo ajusto con mi soga y
si brinca mucho, le corto la cabeza…- ¡Listo¡. Saltaron como tigres a su presa
y en menos del tiempo posible el cura Fulgencio rodó por la quebrada honda, la
mula era detenida y la alforja quedaba en poder de los malandrines. Pero como
el cura Fulgencio era robusto y un poco ágil a pesar de sus sesenta años, hizo
resistencia y buscaba reconocer a los malvados… - Ya te conozco Príncipe…Este
aviso fue el determinante de su muerte, porque el perverso asesino desenvainó
el machete y de un solo tajo le corto el cuello y la cabeza del infortunado
cura quedo saltando, arrojando borbotones de sangre y dando terribles alaridos.
Con sangre fría sus asesinos se hicieron de la alforja, calmaron la acémila, le
colocaron el botín y subieron en ella conduciéndola por caminitos cabreros
hasta alejarse en dirección del encantado Maray, donde nadie los encontraría.
La cabeza del cura saltaba como queriendo huir o recuperar el cuerpo separado.
En el camino pasaban dos compadritos hablando de lo bueno de la fiesta, fueron
bruscamente interrumpidos por el lastimero “Sálveme Jesús, ayyyyyyy Señor…..
Ayyyyyyyyyyy”
- Que fue eso compadre?..oye
osté? “Sálveme Jesús, ayyyyyyy Señor….. Ayyyyyyyyyyy, sálveme Jesús y María ”
- Cumpita es la voz del Padre
Fulgencio, de seguro que lo asaltaron pa’ robarle los milagritos de la fiesta….
- Ayyyyyyyyyyy, sálveme Jesús y María”
- Mire compadrito ay’ta que salta
su cabeza del curita y se viene pa’nosotros…. ¡No huya compadre!... agarrémosla
por piedad…
Cogieron la cabeza sanguinolenta
y esta habló: -“Cristianos de Dios póngala sobre los hombros de mi cuerpo que está
arriba al lado del camino, junto al charán grande…
Tratando de no dejar la cabeza
del cura, llenos de espanto, buscaron el cuerpo hasta que le colocaron la
cabeza en el cuello que chorreaba sangre. En el pecho del sacerdote aún
permanecía el crucifijo de plata que acostumbraba portar. Ocurrió lo
inesperado: la cabeza quedó perfectamente ajustada a su cuerpo y el cura dejó
de los lamentos para decir: - “gracias Señor… tu misericordia me ha vuelto la
cabeza con la cual traté de pensar y hablar tu Evangelio… en tus brazos vuelvo
mi Espíritu…
Recobrados de toda sorpresa, los
compadres atinaron a conducir el cuerpo asesinado a la iglesia del pueblo,
donde el revuelo cundió entre los moradores y al acercarse a la imagen de la
Virgen del Carmen se dieron con la sorpresa de encontrar la alforja de dos
arrobas repleta de los milagros y de las limosnas de la fiesta.
Aun no pasaban los nueve días del
novenario del difunto, que se hacía por el curita muerto, en casa de su
sacristán don Eleuterio, cuando se volvió a conmocionar la pacifica población
de Morropón cuando entraba la oliscona mula romana del cura, por el mismo
camino que antes salía, esta vez llevando los cadáveres del Príncipe y de la
Rata, ambos lados y un letrerito escrito con sangre donde se leía: “la sangre
de Cristo no muere”
A los años después apareció un
curita que en sus petitorios de la misa, siempre agregaba: - “Roguemos por el
Príncipe y la Rata”, y el pueblo se limitaba a contestar – Te lo pedimos Señor.
Luego en romería se iba a la quebrada donde asesinaron al sacerdote a depositar
ofrendas florales en la cruz grande donde se leía “Quebrada del cura cabeza
mocha”…La tradición ha quedado y el tiempo ha olvidado rencores y habladurías
sobre el cura, los milagros y los asesinos.
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